«La ciudad pasaba a cámara lenta ante sus ojos. Las luces, los coches, los transeúntes, los animales, incluso las
nubes. Todos parecían tener la vida y el aliento que a él le faltaban. La noche se había hecho larga y apenas
había podido dormir. La tarde anterior no tuvo las suficientes fuerzas para ir
al albergue, así que por primera vez en su vida, durmió en la calle, dentro de
un cajero. A pesar de la falta de higiene todavía no tenía el aspecto de un
vagabundo. Podía reconocer sorpresa en la mirada de la gente que pasaba a su
alrededor. Y también podía ver su propia mirada y la misma actitud que hubiese
tenido él hacía apenas unos meses. Ese reflejo fue más doloroso que cualquiera de
las patadas en el estómago que había recibido el día anterior. Sintió verdadera
repulsión hacía la humanidad. En ese momento hubiera preferido morir congelado
en la estepa siberiana que seguir un minuto más en aquella cárcel urbana.»